Anécdota rápida de abuela cebolleta: cuando era pequeña y escuchaba una canción que me gustaba en la radio, cruzaba los dedos para que después el locutor dijera su nombre. Si no era el caso, mala suerte: a esperar a la siguiente vez que la pusieran. Cuando llegó internet a mi vida, solo tenía que ser capaz de memorizar una frase y buscarla para que Google me devolviera la letra, el título y quién la interpretaba. Era el reconocimiento de canciones en su modo primigenio.
No soy capaz de recordar en qué momento llegó Shazam a mi radar y a mi móvil y todo se volvió mucho más sencillo: un tap sobre el botón gordo, unos segundos de escucha y listo. Por arte de magia ya tenías todo lo necesario para no perder de vista (y de oído) la canción. Pero Shazam fue la punta del iceberg (la punta más mainstream) de un pequeño pero importante avance tecnológico: el reconocimiento de canciones.
Antes de ser una aplicación, Shazam era un servicio de SMS
Apple compró Shazam en 2017 y a día de hoy no solo puedes usar esa ínclita aplicación para reconocer canciones, sino que ya lo tienes integrado tanto en iOS para que lo haga cualquier iPhone sin instalar nada más o usar la aplicación de Google, que viene por defecto en Android pero que puedes instalar también en teléfonos de Apple. O lo que es lo mismo: que ya no necesitas una app de reconocimiento extra en tu móvil. Dicho esto, no es la única app con esta función: hay otras como Deezer, SoundHound o Musixmatch, si buscas alternativas.
Pero antes de que Shazam se convirtiera en la app de identificación de canciones por excelencia, el mundo de las telecomunicaciones y los teléfonos eran muy diferentes allá por los dosmiles. Por ponernos en contexto, eran aquellos tiempos de enviar SMS para recibir tu nuevo tono de llamada y sí, para reconocer canciones primero se usaron los mensajes de texto.
Por poner algo de contexto: si querías conocer el título de una canción, tenías que llamar a un número de teléfono y la respuesta llega en forma de SMS. Y no, en España no pudo disfrutarse de esta herramienta, ya que solo se lanzó en el Reino Unido. Lo más curioso de todo es que eso también era Shazam.
No lo llame Shazam, diga Doscincoochocero
Servidora ha vivido lo que es que te encante una canción que acabas conocer y no tener cómo identificarla para no perderla en plena adolescencia, por lo que lo sentí como una especie de flechazo amoroso musical en una noche de verano en la que no hay forma de recuperar el contacto para repetir. Ah, ese furor de la juventud. Por eso puedo empatizar tan bien con Chris Barton, Philip Inghelbrecht, Avery Wang y Dhiraj Mukherjee, cuatro jóvenes tan frustrados por no saber qué canción estaban escuchando que les llevó a desarrollar una solución en 2002.
Tras meses de trabajo, lanzaron '2580', un servicio de reconocimiento de música para teléfono móvil (nada de smartphones) que funcionaba de la siguiente manera: tú podías llamar a ese número, acercar el teléfono a la fuente que emitía la canción y tras medio minuto de escucha, la llamada se cortaba. Después, te llegaba un SMS con el nombre de la canción y su intérprete, así como un enlace para descargarla.
Simple pero efectivo (si conseguías medio minuto de reproducción y un sonido razonablemente bueno). La clave estaba en un algoritmo implementado por Avery Wang que tenía en cuenta la identificación de patrones de sonidos únicos integrados en cada pista musical.
Como dato, primero comenzaron con música clásica y después fueron ampliando géneros, algo importante para llegar a todos los públicos. Antes, Doscincoochocero (así es como se le conocía) tuvo que enfrentarse a dos escollos importantes: el primero fue llegar a acuerdos con las discográficas y el segundo, su precio. Estamos hablando de una libra por consulta.
Así que cuando en 2008 se lanzaron las tiendas de aplicaciones Android Market y App Store de iOS, el equipo de Doscincoochocero decidió dar una vuelta de tuerca y convertirlo en una aplicación con un nombre con algo más de tirón: Shazam. Se acabaron las llamadas, reduciendo el proceso a un simple botón. Lo que pasó después
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