Cada vez tenemos más objetos cotidianos que son capaces de conectarse a Internet o a redes domésticas para interactuar e intercambiar diferentes informaciones. Entre ellos, unos de los que irán cobrando más importancia en los próximos años son los relacionados con la salud y la higiene de los usuarios.
Medidores de constantes vitales, entrenadores personales, aplicaciones médicas que informan de nuestros historiales, programadores para la toma de medicaciones, e incluso dispositivos como cepillos de dientes, todos estarán en poco tiempo conectados con Internet y nuestros smartphones o tabletas. La pregunta que está surgiendo ahora es si será necesaria una regulación específica para ellos o basta con las ya existentes.
Poner sensores y transmisores en un objeto cotidiano es relativamente sencillo. La complicación aparece cuando estos dispositivos tienen que interactuar íntimamente con las personas, modificando e influyendo potencialmente en su salud, recomendándoles tratamientos o incluso controlando su tensión, respiración, pulsaciones, etc.
En estos casos, quizá las aplicaciones y las conexiones deberían ser más seguras y fiables que las de los sistemas de comunicación convencionales usados para tareas menos importantes.
La FDA (Food and Drug Administration) americana opina que sí, que añadir conectividad a los objetos usados en aplicaciones de salud e higiene humanas los convierte en un nuevo tipo de dispositivo que necesita una regulación específica, de lo contrario se correría el riesgo de que comenzasen a aflorar cientos de productos al mercado sin ningún tipo de control, que jugarían con la salud pública.
El problema de tener que controlar estos nuevos dispositivos y crear una nueva regulación sería el coste económico, repercutido a su vez en los productos finales, aunque cuando se trata del bienestar de los usuarios parece que podría merecer la pena, ¿no os parece?
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