La Internet of Things (IoT) no es lo que está por venir, ya la tenemos aquí, en nuestra vida diaria como veíamos en la primera entrada sobre este tema.
Si te han puesto una multa por exceso de velocidad en un radar fijo, lo habrás experimentado en carne propia. En pocos días, este práctico sistema es capaz de medir la velocidad de un vehículo, leer la matrícula y enviarte la multa a casa sin intervención humana por ningún sitio.
Otro ejemplo, puedes pagar el seguro de tu coche según el uso que hagas de él. Para ello es necesario la instalación de un dispositivo en tu coche que envía datos a la aseguradora relativos al tipo de carreteras por las que has circulado, la hora y la velocidad.
Hay otros muchos ejemplos que tal vez no hayamos probado de primera mano pero que hace tiempo que ya están disponibles: móviles que abren puertas o pagan en la tienda, edificios inteligentes con sensores de temperatura y humedad que gestionan la energía de manera eficiente y ahorran en el recibo, etc. etc.
Lo mejor está por venir
Pero lo mejor está por venir. Únicamente en lo que se refiere a IoT aplicada a la sanidad, por poner un ejemplo, el listado de iniciativas en curso actualmente (algunas ya disponibles aunque todavía resultan caras para su implantación) son más propias de una película de ciencia ficción:
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Imaginaos un frasco de pastillas que recuerde al paciente cuando debe tomar su medicación, incluso que avise al médico.
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Termostato corporal, y pegatina que se adhiere en el pecho que avisa de ataques al corazón
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Diagnosticar problemas respiratorios por el sonido de la tos
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Gafas que revisan los defectos de los ojos y te ayudan a corregirlos
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Sensores en el cuello de las camisas que analizan el sudor
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Auriculares que miden la actividad cerebral
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Inodoros que realizan un análisis advirtiendo de infecciones y otras enfermedades, sin esperas ni molestias
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Peines que analizan los folículos del cabello, buscando caspa, hongos o piojos.
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Pañuelos que analizan los mocos y las fosas nasales
Además del campo de la salud, también se están llevando iniciativas en los campos de la distribución, la energía y el medio ambiente.
¿Qué te parecería que en el supermercado, cuando cogiésemos una bandeja de carne, pudiésemos saber no solo el origen y el productor, si no también por dónde ha pasado el paquete, con qué temperatura y humedad?
¿Qué los semáforos pudiesen monitorizar la calidad del aire en las ciudades?
¿Qué el paraguas te informase de qué va a llover iluminando su mango?
Se calcula que hasta el 50% de la energía es malgastada en los edificios, que son los principales consumidores totales (hasta un 70% de toda la energía). Los medidores inteligentes analizan el consumo actual y aconsejan las franjas de tiempo más baratas para ahorrar en el consumo.
Como vemos, las aplicaciones prácticas de la Internet de las cosas son infinitas. Mejor aún, seguramente las “killer applications” de las que disfrutaremos en pocos años ni siquiera se han inventado.
Inteligencia de los objetos y obtención de energía
Para que un objeto cotidiano se pueda conectar a la red se necesita que posea cierto grado de inteligencia. Pero ¿cómo de inteligente es un objeto? Los expertos distingue cuatro niveles, de menor a mayor:
1.- Identidad: los objetos se identifican de manera única (por ejemplo con etiqueta RFID)
2.- Ubicación: se puede saber donde están los objetos o donde han estado
3.- Estado: pueden comunicar su estado y sus propiedades en un momento dado
4.- Contexto: los objetos son conscientes de su entorno
Evidentemente, para que un objeto sea capaz de todo esto necesita componentes electrónicos, cada vez más pequeños y más eficientes energéticamente, pero que hay que alimentar.
Y la mejor opción es que sean los propios objetos los que consigan esta energía por su cuenta. Desde dispositivos que se insertan en los zapatos del usuario para conocer su posición y velocidad, que obtienen energía de los propios pasos, sensores que transforman la temperatura ambiente en energía eléctrica, incluso hay desarrollos en marcha para que se obtenga la energía necesaria para funcionar desde la propia red WIFI.
Capacidad de las redes
En un mundo con miles de millones de objetos conectados a redes inalámbricas, corremos el peligro de colapsarlas. Sin embargo, afortunadamente el ancho de banda que necesitan estos objetos por lo general es muy pequeño. ¿cuanto podría necesitar por ejemplo un sensor que nos avisa de la temperatura de la calefacción? Seguramente no mucho más allá de unos cuantos bytes a la hora. El uso de sistemas actuales basados en SMS lo confirma.
Aprovechando estos requerimientos mínimos, se puede integrar en un dispositivo un chip capaz de conectarse a internet con una velocidad muy baja y también con un coste muy bajo.
Aún así la preocupación de los operadores móviles está justificada y es necesario abordar iniciativas que eviten este posible colapso. Con miles de millones de objetos (se calcula que podrá haber 50 objetos por persona) usando las redes móviles, es necesario plantear alternativas.
Una que se está usando actualmente son las redes WiFi. Tanto es así que por ejemplo el gobierno chino se plantea aprovechar las cabinas públicas para instalar puntos WiFi que den servicio a todos estos nuevos dispositivos.
Otros gobiernos están liberando frecuencias del espectro radioelectrico, que estaba reservado para la administración, para ponerlo a disposición de las compañías y de los ciudadanos.
¿Qué organización tendrán los objetos?
Los expertos creen que la IoT será la estructura más compleja creada por el hombre. El año pasado se estimaba que el número de máquinas operativas sobre el planeta son más de 50.000 millones y se espera que este año de líneas machine to machine M2M supere los 186 millones.
¿Cómo se organiza todo esto? ¿cuál será la arquitectura que haga todo esto posible?. Eso está por ver.
Ni siquiera está claro si se construirá desde arriba hacia abajo, bajo la dirección de los gobiernos siguiendo una organización preestablecidas y diseñada de antemano o como suele ocurrir, sea de abajo hacia arriba. Es decir, que desde pequeñas redes heterogéneas se vayan conectando entre sí formando una gran red a medida que se adaptan y aprenden.
Los dos grandes problemas con los que habrá que lidiar son la seguridad y la privacidad. ¿Qué pasaría sin un ataque terrorista hackea la Internet de los objetos? pues es fácil suponer que podría detener la economía y la vida misma.
Si dependiésemos de esta red para conseguir agua y comida, incluso para abrir la puerta de casa, nos dejaría totalmente indefensos. Volveríamos a la edad de piedra en segundos.
En lo que respecta a la privacidad, el Gran Hermano de 1984 sería una broma comparado con la cantidad ingente de información que se podría obtener sobre una persona. Datos que ni siquiera esta persona conocería.
Y es que no estaríamos a salvo ni en nuestro propio cuarto de baño, con un cepillo de dientes dispuesto a chivarse de determinadas sustancias que ha encontrado en nuestra saliva.
La transformación de la información en conocimiento
Las cosas siempre nos han proporcionado información, pero hasta ahora no éramos capaces de acceder a ella.
De la misma manera que las neuronas de nuestro cerebro establecen miles de conexiones con otras neuronas, dando lugar a la inteligencia, lo objetos formarán un nuevo sistema nervioso.
Para que una información sea útil, es necesaria transformarla en conocimiento. Y para hacerlo, se necesita una gran capacidad de cómputo.
La iniciativa Big Data trata de dar respuesta a esta necesidad, que está en el origen mismo de la informática (el tratamiento de la información de manera rápida y precisa) pero elevado a la enésima potencia.
Por poner un ejemplo, en un avión se recogen 10 Terabytes de datos procedentes de sus sensores. ¿Cuál podría ser la cantidad de información a procesar procedente de la Internet de los objetos?
Si se mantiene el ritmo actual de crecimiento de la información, el tamaño total de la información que se generará en el 2020 será 45 veces la que se produjo en el 2009. Un verdadero reto.
Vale, ya tenemos toda la información procesada y hemos obtenido el conocimiento ¿qué hacemos con él? La duda que surge es si vamos a permitir que en esta red se tomen decisiones, que afectan de manera muy importante a nuestra vida, de manera automática sin ninguna intervención por nuestra parte.
Los expertos comparan la Internet de los objetos con la revolución industrial del siglo XIX o la revolución de la información del siglo XX. Desde luego si se cumple lo que vaticinan no se quedan cortos en absoluto. Habrá que ver.
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