Aunque Samsung es el fabricante con más solera y experiencia dentro del segmento, la sensación es que cada marca quiere tener su particular modelo con bisagra en el mercado porque todo apunta a que los teléfonos plegables han llegado para quedarse. Sin embargo, sigo sin verme con uno. Sin que eso suponga un problema (tampoco me veo con un ruggerizado, por ejemplo, hay teléfonos para diferentes tipos de usuarios), creo que la cuestión está en que los plegables todavía tienen asuntos pendientes de resolver para dar el espaldarazo definitivo. O no.
En Xataka hemos probado todos los teléfonos plegables que han salido al mercado en España y otros tanto que no han llegado. Más allá de probarlos a fondo, quienes lo han probado han acabado concluyendo en algo: todavía no es el teléfono que se comprarían. Y no solo es cuestión de precio, si bien constituye una nada desdeñable barrera de entrada.
Resolviendo problemas que no existían
Los teléfonos plegables son únicos en algo: permitirnos disfrutar de una pantalla mucho más grande (que roza la de las tablets en diagonal) frente a un smartphone tradicional. Si apostamos por un modelo tipo concha como el Flip de Samsung, de tener la pantalla estándar en un formato que ocupa la mitad. Más pantalla en menos espacio, en definitiva.
El problema es que no tengo ese problema. Mi teléfono habitual es un iPhone 13 Pro y sus dimensiones para mi gusto son quizás algo más grandes de lo que me gustaría. Es lo que hay: a los usuarios y usuarias no nos gustan las pantallas grandes, así que líneas como los Mini de Apple han llegado a su fin.
Pero volvamos a mi escenario de uso: aplicaciones de mensajería, el feed de Twitter e Instagram, revisar mi correo, algún que otro vídeo puntual... no veo series desde mi teléfono. Tampoco lo uso para escribir artículos (a lo sumo, ideas). Y si puedo evitarlo, tampoco respondo correos salvo que sea una urgencia. De hecho, si por mi fuera no pasaría nada porque tuviera el tamaño de los iPhone Mini. Bueno, el problema estaría es que menos espacio significa menos batería y por ahí sí que no paso. Pero me cabría mejor en el bolsillo.
Entiendo en cualquier caso que hay gente a la que esa flexibilidad le vendría bien: alguien a quien el sistema operativo de una tablet le sea suficiente para productividad apreciará contar con una pantalla más grande en un dispositivo que lleve siempre encima. Asimismo, quien consuma contenido de forma regular e intensiva en su teléfono sin lugar a dudas que agradecerá enormemente que la diagonal de este crezca.
Incluso cuando me toca editar algún artículo rápidamente, reconozco que me sería más cómodo. Pero la forma de hacerlo en esa interfaz sigue sin convencerme. Por eso no uso mi iPad para mi trabajo... y es un iPad Pro con una funda teclado. En este caso no es tanto por el tamaño de la pantalla, sino por el sistema operativo.
Dicho todo esto, sigue habiendo escenarios de uso donde los teléfonos plegables son incuestionables, como por ejemplo usar dos aplicaciones simultáneamente, ver una serie, jugar al estilo Nintendo DS o con un mando o simplemente, colocarlo sobre una mesa de pie para hacer un selfie. Puedo vivir sin ello.
Últimamente me he encontrado con gente de a pie (entiéndeme, personas no especializadas en tecnología, que tenemos la oportunidad de probar gadgets) con plegables tipo concha y ahí les he encontrado cierto sentido: ante la ausencia de teléfonos compactos, doblarlo por la mitad y meterlo en el bolsillo resulta conveniente. Si además eres mujer, mejor todavía: en la ropa femenina los bolsillos o bien brillan por su ausencia o son testimoniales. Pero en mi caso lo que busco es que el teléfono sea más compacto per se cuando está en uso, no solo cuando lo llevo en el bolsillo.
Inmaduros en lo que más me importa
Desde la sinceridad, con cada teléfono que sale al mercado lo que suelo valorar más son sus cifras de autonomía, que soporten bien el paso del tiempo y si es posible, que tengan buen equilibrio calidad precio. Desgraciadamente, creo que los plegables en estos tres puntos todavía están verdes: por su tecnología son más caros y consumen más energía que un teléfono estándar e inevitablemente meterle una bisagra a un panel de cristal va a afectar a su durabilidad. No hay mayor red flag que echar un vistazo a Wallapop y buscar plegables para ver su muesca en la pantalla.
¿Qué característica haría que al ver un plegable me dijera a mí misma "lo quiero"? Lo desconozco, pero tengo claro que si al menos pudieran competir con un teléfono estándar en las tres características anteriores, entrarían dentro del juego. De momento cuando veo un plegable siento que estoy ante un "experimento", por otro lado totalmente necesario para que el segmento siga evolucionando y tarde o temprano se pueda democratizar por un lado y por otro, que siga depurándose el mecanismo de doblado.
Quizás suene egoísta pero no compro experimentos con mi dinero, al menos no con esos precios. Eso sí, me gusta que los plegables existan y cada vez los miro con mejores ojos. Sin ir más lejos, espero con atención la llegada del Google Pixel Fold y que Apple se anime a desembarcar en el nicho de los plegables. La competencia siempre es mejor para todo: más innovación, más alternativas, mejores precios. Si me preguntas a mí, hoy no me veo con un plegable entre mis manos, pero quizás en un lustro ya no diga lo mismo.
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