Hace años que decidí que en lugar de usar mi vieja reflex Canon y un software de edición de imágenes me rentaba más tirar de un iPhone modelo Pro para hacer fotografías y editarlas en el propio dispositivo. La fotografía móvil ha evolucionado que da gusto y esto no es una sorpresa para nadie, pero en aras de seguir simplificando y mejorando las imágenes ha apostado por un camino en sentido opuesto al de la fotografía clásica con cámara. Y en mi opinión, se ha equivocado.
Antes de nada, una premisa: aunque la cámara de un móvil sea muy buena no espero que sea como la de una cámara tradicional.
Todo evoluciona, pero el gran problema sigue siendo el procesado
En general, la gran diferencia entre un móvil de gama media o media premium y un teléfono tope de gama es la fotografía: el arsenal se reserva para los buques insignia. Lo de más píxeles es mejor o lo de la versatilidad de lentes es un reclamo para gamas más modestas. Dejando al margen obviedades como los materiales o asociaciones de renombre, estos reclamos tienen nombres y apellidos. En la zona noble la batalla está en tamaños de la lente, el zoom y principalmente, el software.
Sí, el tamaño del sensor tiene una incidencia clara en los resultados. Cuanto más grande sea, más capacidad tiene para recabar más luz, algo que puede marcar la diferencia en circunstancias desfavorables, pudiendo tomar fotografías con menos ruido y más detalle. Lo mismo puede decirse del zoom: con un buen zoom óptico podremos aumentar la imagen sin necesidad de movernos y sin perder calidad (otra cosa es que al cambiar de lente esa sea más oscura y tenga menor capacidad de captación de luz). Las mejores propuestas de ambas están presentes en los modelos Pro y Ultra de los mejores móviles del momento.
La guinda del pastel es la fotografía en RAW, una versión de la aplicación de cámara que permite a los usuarios y usuarias con más conocimientos aprovechar las virtudes de las cámaras de sus móviles para ajustar y jugar con los parámetros fotográficos, como las cámaras vamos. Pero no son cámaras.
Y ya hemos entrado de lleno en el software, el lugar donde radica la gran diferencia entre una cámara de toda la vida y un móvil. Más concretamente, en el procesamiento de imágenes. Sabemos a ciencia cierta que los fabricantes de móviles se esmeran (en mi viaje a China con OPPO pude comprobarlo) en ofrecer un buen procesamiento.
Pero aquí hay una línea difusa entre pretender la fiabilidad a la realidad y lo que gusta al público. Porque sí, nos gustan las fotografías rebosantes de color, contraste y exposición... aunque esto no sea lo más realista. Pero arrasan en redes sociales y además no requieren de demasiada manipulación posterior. Y esto llama la atención, ya que si los móviles más premium pretenden diferenciarse del resto con funciones fotográficas profesionales, lo suyo sería seguir también esa estela.
El zoom con una cámara de fotos es sencillamente otra historia. Foto: Ricardo Aguilar
Tanto las cámaras modernas como los móviles recurren a algoritmos e inteligencia artificial, pero lo hacen diferente. Mientras que en la fotografía móvil estamos ante un procesado agresivo en busca de esa foto instagrammeable, en una cámara se sigue teniendo como meta la realidad. En la búsqueda por eliminar el ruido y subir el contraste, el agresivo procesado de los móviles paga peaje en forma de efecto acuarela o auténticos destrozos al hacer zoom. Del mismo modo nos encontramos con colores de piel inexistentes o contornos demasiado marcados.
¿Qué podrían aprender del procesamiento las cámaras? Mi compañero Ricardo Aguilar profundiza con pruebas reales, pero el resumen es procesando menos y empleando chips con IA para hacer un mejor seguimiento de los objetos para enfocar mejor o mejorar el reconocimiento de escenas. Quizá sería una buena idea que los fabricantes de teléfono buscaran la excelencia fotográfica inspirándose más en las cámaras y menos en las redes sociales.
Portada | Foto de Tuấn Kiệt Jr. en Pexels
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