Para muchos, sobre todo para los más jóvenes, el móvil siempre ha estado ahí, e incluso no se han tenido que preocupar de a qué hora llamaban, porque el precio de las llamadas siempre era el mismo. Pero tampoco hay que irse muy atrás, no mucho más de 20 años, para recordar la época en la que la comunicación con otras personas vía teléfono dependía de un fijo que, obviamente, no podía salir de casa.
Más allá de la movilidad de los dispositivos, es fácil recordar el casi pánico que existía a que alguien levantase el auricular del teléfono, porque la llamada que se iba a hacer podía llegar a hacer un agujero en las cuentas domésticas al llegar la factura de Telefónica, la única compañía que ofrecía llamadas locales hasta 1998. Tal era el miedo a esas facturas, que en muchos hogares se tomó una solución drástica: poner un candado al teléfono.
Antes de la facturación por segundos: los pasos
A día de hoy el precio de las llamadas, sea desde el fijo o el móvil, se calcula en función de los segundos que hayan durado, aunque en muchos casos ya es indiferente, por la popularidad de las tarifas con llamadas ilimitadas. Eso es así en todas las compañías desde 2006, ya que hasta entonces era habitual pagar en tramos de 30 segundos o incluso un minuto completo, siempre con redondeo al alza.
Pero incluso antes de la facturación por segundos y por minutos, las facturas de Telefónica recogían otra medida: los pasos. Cuando no existían todavía los teléfonos fijos con pantalla que marcaba la duración de la llamada, Telefónica incluía en las facturas el número de pasos consumidos, recogidos en un contador de pasos (Teletax) que tenía cada abonado en la central telefónica que le correspondiese.
Todo eran sorpresas en aquella época: los pasos tenían distinta duración en función de la hora del día (dos segundos durante el día y cuatro segundos a la noche) y para conocer cuántos pasos había consumido el usuario tenía tres opciones: concertar una cita con Telefónica para ir a comprobarlo insitu a la central, instalarse por su cuenta un contador en su domicilio o por la que optaban la mayoría, esperar a la factura bimensual para llevarse la sorpresa.
Telefónica, única opción en el fijo hasta 1998
Más allá de la sorpresa que podía suponer la facturación por pasos y la discriminación horaria, también tenemos que recordar que hasta finales de los 90 no llegó la competencia a la telefonía fija, curiosamente más tarde que en el móvil, ya que Airtel empezó a ofrecer servicios en 1995. Fue en 1998 cuando empezó la liberalización del fijo, pudiendo pagar las llamadas a otro operador distinto a Telefónica, aunque a el ya ex-monopolio había que seguir pagándole la cuota de abonado.
Llegaron los Retevisión (creada con activos de transmisión de señal de televisión de RTVE) o Uni2 (propiedad de France Telecom). Por entonces, para llamar con otro operador teníamos que marcar un prefijo (050 era el de Retevisión) antes del número al que llamábamos para pagar esa llamada al segundo operador y no a Telefónica. No fue hasta 1999 cuando llegó la preasignación a las llamadas locales, que suprimía la necesidad de marcar el prefijo asignado al operador.
Eso sí, hasta la liberalización de la telefonía fija en 1998 e incluso después, los precios de las llamadas estaban regulados. De hecho, por entonces sin la existencia de un regulador como la CNMC (antes la CMT) era directamente el Gobierno quien fijaba los precios de todos los servicios de Telefónica.
A pesar de la regulación de precios, estos no eran precisamente del todo económicos. En 1997 se pagaba de media 11 céntimos por minutos en llamadas provinciales, mientras que las que superan esa frontera costaban 23 céntimos por minuto y ya, si llamábamos a móviles, la llamada ascendía a 37 céntimos por minuto. Faltaban años para que llegase la tarifa plana, e incluso teníamos que estar pendientes del reloj, porque llamar fuera del horario "barato" podía multiplicar el precio de llamada.
La solución más drástica: el candado
Levantar el teléfono y llamar a otra persona a día de hoy es un gesto de lo más habitual, ya muchas veces ni nos preocupamos de cuánto nos costará la llamada porque está incluida en nuestra tarifa. La pelea de los operadores está en otro aspecto, en el lado de los datos.
Pero como hemos visto anteriormente, no hace tanto que llamar en ocasiones era algo casi prohibitivo, sobre todo si era fuera de nuestra provincia. Sin poder de elección de compañía telefónica y con un control escaso sobre cuántos minutos se llevaban consumidos, muchos hogares optaron por una solución tan drástica como efectiva: ponerle al teléfono fijo del hogar un candado.
En la época del teléfono con ruleta, el candado simplemente se insertaba en uno de los orificios correspondientes a cada número, impidiendo que la ruleta se pudiese girar y por tanto que se pudiese llamar. Cuando aquellos viejos artilugios dieron paso a teléfonos fijos más modernos, el candado dio paso a su evolución: una roseta con llave, que de ser cerrada impedía las llamadas salientes.
De objeto de deseo a pieza de museo
Actualmente el número de teléfonos fijos en España está descendiendo. Desde que en junio de 2008 se alcanzase la cifra de 44,8 lineas fijas por cada 100 habitantes, el número de fijos solo ha descendido, hasta situarse ahora en 41 por cada 100 habitantes. Un camino inverso al recorrido anteriormente: en 1987 había 26,5 líneas por cada 100 habitantes, en 1994 39,1 y en el 2000 ya íbamos por 42,6.
Quien más quien menos, casi todos conocemos a día de hoy a alguien que a pesar de tener el teléfono fijo incluido en su tarifa no lo tiene ni enchufado. ¿Para que queremos un aparato que tiene que estar conectado a una roseta o al router, en ocasiones con límites de llamadas a móviles, cuando el móvil ya hace todas sus funciones? De hecho son varias las ofertas de operadores que ya no incluyen teléfono fijo en sus conexiones a internet o packs.
Por todo ello y a pesar de los nostálgicos, el teléfono fijo está hoy en peligro de extinción. Y con su desaparición nos olvidaremos de la época en la que algunos hogares le ponía un candado a su fijo para evitar sustos.
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