Como me pasa con las mascotas, es posible que eso que algunos raritos hacemos de fijarnos en el móvil que sostiene la persona de al lado (sea conocida o no) se trate de deformación profesional. De hecho, si a la primera no lo identificamos, no dudamos en volver a mirar, por muy indiscreto que resulte.
En muchos casos esto, lejos de cualquier otra pretensión, es curiosidad. A veces incluso es una recogida de datos involuntaria que acaba construyendo una estadística de nuestra realidad, aunque sepamos que jamás será extrapolable de manera justa a nivel general.
Hay veces, sin embargo, que esta mirada estadística va más allá de la marca o del sistema operativo del teléfono, y pasa a un plano social, a asociar aspectos de la vida con el terminal, a tontear con los estereotipos, y el juego se deforma y vira a prejuicio. Algo que para algunos es algo del pasado pero que sigue estando muy presente.
El elitismo tecnológico
En orden de antigüedad, están las pinturas rupestres, la rueda y el binomio marca-estatus. El prestigio se paga y se gana; el que las cosas se hagan bien desde el primer momento y atendiendo a cada detalle tiene un coste económico y temporal que se verá reflejado en el precio de venta al público si el fabricante no quiere arruinarse.
Esto es de cajón, sí, pero he aquí una dicotomía que se ha ido creando con el tiempo y la industrialización: por un lado está el cliente que no lo valora y considera que el precio es demasiado alto, y por otro está la marca que saca provecho de quien sí tiene esta conciencia para inflar el precio. Dos orígenes distintos que convergen en una incorrecta relación calidad-precio.
A esta leña se le añade el fuelle del consumismo que aviva la consolidación del estatus por posesiones: si vistes de cierta firma, conduces cierto coche y llevas ciertas gafas de sol es que tienes cierto poder adquisitivo con lo que socialmente eso conlleva. Hasta ahí bien, blanco y en botella (Dom Perignon).
La tecnología no escapa a esto y con la progresiva invasión a nuestras vidas, que se ha elevado exponencialmente en los últimos años como consecuencia de pertinentes creaciones de necesidad, ha acabado siendo un símbolo más de estatus. A día de hoy, ¿es justa esa asignación?
Por qué sí: los personajes
El pago por marca, ese pequeño porcentaje que siempre existe y que varía en función de lo apreciada que sea (o quiera ser) la misma. Es el oxígeno de este fuego social, lo sabe el cliente y lo sabe el fabricante, que puede usarlo de hecho como reclamo para su venta; se hizo con turrones y puede hacerse con cualquier cosa.
Este tipo de cliente que se encarga de mostrar constantemente lo pudiente que es no es mayoritario, pero sigue llevándose la atención de curiosos y envidiosos. Son unos pocos que hacen el suficiente ruido visual como para que predeterminen un cliché dual para marca y comprador (encajarían aquí las a veces tan sonadas cesiones a famosos).
De hecho, es un círculo vicioso. Hay cierta retroalimentación cuando es el (supuesto) cliente quien trae el renombre, cuando un personaje que representa estos “valores” exhibe una marca prestigiosa. “x” personaje tiene “z” marca porque puede y hay que comprar “z” marca porque “x” la tiene.
Este elitismo simbiótico llega al cliente aspiracional en forma de un estamento social al que no podrá llegar si su vida no da un vuelco y su cuenta corriente salta también a otro estamento (el de un par de cifras más). Por ello, si logras tener el terminal “z”, habrá miradas sentenciosas, porque tú puedes tenerlo.
Y todo esto se traduce en incoming. Y del rápido, gracias a los omnipresentes early-adopters, entre los cuales según de qué dispositivo se trate un mayor o menor porcentaje de quienes entonan el “Shut up and take my money” se corresponderá con este tipo de cliente del que hablamos. En esto, las cosas de palacio no van despacio.
Por qué sí: las marcas
En el mundo empresarial, las ONG son los padres. Los fabricantes que se suben al carro de los smartphones premium sonríen al pato Donald por simpático pero saben que a quien han de gustar es al Tío Gilito, a quien miran con sus pupilas en forma de símbolo de dólar y buscan atraer con el caramelo del marketing y la exclusividad.
Aquí se encuadran los modelos únicos y los híbridos entre joyería y tecnología. En una esfera cuyos habitantes ven el mundo de color de (oro) rosa los dispositivos que mejor pueden combinar son los dorados, y lo que hace años fue una incursión de este tono en la tecnología ahora parece una constante en la alta gama.
Materiales, colores y procesos de venta que en su fundamento tienen la exclusividad son más leña para este fuego (o juego) cuyo provecho económico dependerá de lo bien que se juegue con las fichas del número de unidades y la demanda performando estos objetos de deseo con acabado de joya e interiores de silicio.
Por qué sí y no: las personas
Si al llegar a cierto punto de este texto has dicho algo así como “Estereo… ¿Qué?” eres del grupo de quienes en general sólo vemos niveles en los parkings y centros comerciales, y dejamos las gamas para agrupar las tecnologías según su potencia y precio, y no tanto a las personas.
La popularización de la tecnología por afición, empujada por el consumismo, ha hecho mucho más heterogéneo el tipo de usuario de un smartphone de alta gama, quedando algo caduco aquello de asociar rasgos de la personalidad o de nivel económico a una marca. Se gasta 700€ el que quiere, habrá bolsillos que se queden igual, y habrá otros que se queden vacíos.
Sin embargo, por todo lo que apuntábamos antes, es lógico que el prejuicio se mantenga perenne, aunque paguen justos por pecadores. Aún es habitual suscitar ciertas miradas o comentarios si te sacas del bolsillo cierto smartphone, aún existiendo ofertas por parte de operadoras que hacen a priori más accesibles estos terminales.
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