Teléfono fijo, mapas, etiquetas de champús... así era la vida antes del móvil

Año 2018: tienes un cumpleaños, pese a que lo tenías apuntado en la agenda y Facebook te lo había recordado esa misma mañana, recibes un WhatsApp con la hora y la localización del lugar donde se celebra la fiesta al que tú contestas con un escueto «👍». Llegas allí sin problema, en hora, guiado por Google Maps y además aciertas con el regalo porque el cumpleañero había dicho reiteradas veces en Instagram Stories que quería una correa 'Milanese Loop' para el Apple Watch.

Lo que acabamos de narrar no nos sorprende en absoluto, es una escena normal en la vida de cualquier persona hoy en día, con el smartphone y sus procesos completamente interiorizados pero, ¿cómo se hacía esto hace 20 años? No teníamos aplicaciones que nos recordaran las cosas y mucho menos un GPS en el bolsillo que nos llevase a los sitios a la primera.

Las llamadas al fijo y los números en la agenda

Cuesta recordar cómo era nuestra vida sin tenerlo todo al alcance de la mano con un simple golpe de teléfono. Pero quedar con alguien no era tan sencillo como mandar un WhatsApp. Lo habitual era quedar en un punto concreto, por ejemplo la estatua de la plaza o en la puerta del ultramarinos del barrio.

Con suerte la otra persona llegaba a tiempo pero si no era así, te tocaba esperar, pues no existía la posibilidad de llamarle ni escribirle para preguntarle cuánto le quedaba para llegar. ¿Y si no aparecía? Volvías a tu casa, buscabas la agenda de teléfonos en la que tenías apuntados a mano los números de todos tus amigos y familiares y le llamabas al fijo para ver qué le había pasado (también estaba la posibilidad de usar una cabina telefónica).

El fijo, ese aparato al que te pasabas horas enganchado hablando con tus compañeros de clase o tus amigos, intentando hablar bajito para que tus padres no te escuchasen porque ésa es otra, la intimidad que conocemos hoy en día era algo impensable por aquel entonces. De hecho debemos recordar que si había más de un fijo en la casa cualquiera podía levantarlo y escuchar lo que estabas hablando.

Perderse era lo más habitual

Pero no solo la comunicación era completamente distinta antes de los teléfonos móviles. Orientarse y conseguir llegar a los sitios a la primera era toda una odisea. Te daban una dirección a la que acudir y bien sea andando o con el coche, tenías que llegar a tientas, preguntando a la gente que ibas encontrando por la calle (y que cada uno te indicaba de manera diferente). Perderse era fácil y tenías que salir con tiempo si querías llegar puntual porque San Google Maps no nos amparaba.

En lugar de aplicaciones de GPS teníamos mapas y callejeros, lo que suponía aplicar un esfuerzo de inteligencia espacial que a día de hoy, sinceramente, muchos ya no seríamos capaces de llevar a cabo, pero es que es tan sencillo darle a Waze la dirección y que nos guíe, ¿verdad?

«Me llevo la cámara»

Ay las pobres cámaras compactas, cuántos momentos buenos nos dieron antes de su paulatina extinción. Y es que antes, las fotos las hacían las cámaras, sí, lo que pasa es que ya no nos acordamos de lo que era meter en la mochila o el bolso la cámara de fotos antes de salir de excursión o irnos de fiesta.

Por aquel entonces el que quería tener un recuerdo de una ocasión especial tenía que acordarse de llevar la cámara consigo, algo que, para nuestro bien pero no para el mercado de las cámaras, ya no sabemos lo que es, pues la cámara de fotos se ha convertido en una de las partes más importantes del teléfono móvil.

Esperar era aburrido

Quedar con gente ya no es lo mismo no, pero tampoco lo es algo tan sencillo como esperar. Esperar en el médico, esperar en ese largo trayecto de metro hasta llegar al trabajo, esperar la cola del banco, esperar antes era eso, esperar sin más, algo tedioso y aburrido, que con suerte podías amenizar si tenías a mano una revista o un libro.

Ahora no, ahora cualquier momento es bueno para sacar el móvil y echar un vistazo a Twitter, a las noticias, ver una serie o incluso para comprarte algo en Amazon, algo que también se extrapola al rato que pasamos en el WC, ¿acaso alguien sigue leyendo las etiquetas de los champús?

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