A la mayoría de nosotros nos gustan las ventajas de vivir en sociedad, aunque muchas veces tenemos que renunciar a ciertos privilegios individuales para asegurar la convivencia y llevarnos relativamente bien con el resto de ciudadanos de nuestro entorno.
Uno de estos privilegios es la privacidad. En pocos años nos hemos acostumbrado a cosas antes inimaginables, como que nos graben miles de cámaras por toda la ciudad o que algunas compañías tengan acceso a nuestros datos personales, a una parte de nuestra vida, por el simple hecho de usar el teléfono o de llevarlo encima.
¿A cuánta privacidad estamos dispuestos a renunciar para garantizar una convivencia pacífica? ¿Estamos dispuestos a sacrificar una parte de esta privacidad para garantizar nuestra seguridad? La respuesta es: depende. Depende del uso que se haga de los datos, depende de quién los maneje, quién tenga acceso a ellos, durante cuanto tiempo, en qué circunstancias y sobre todo para qué los use.
Por ejemplo, no es lo mismo recopilar datos para sistemas de publicidad hipersegmentada que para una base de información policial. Y dentro de este último grupo tampoco es lo mismo que los datos los ofrezcamos voluntariamente a que se haga de forma obligatoria, incluso sin nuestro consentimiento.
Sin embargo, parece que en un futuro no muy lejano podríamos dirigirnos hacia una situación más en esta última línea. Es decir, un sistema en el que los datos se recopilen sin nuestro conocimiento, pero por "nuestro bien", "por nuestra seguridad", máxima que los estados suelen esgrimir con cierta facilidad.
Creando el sistema policial pre-crimen
En 2012 una investigación de Marco Musolesi nos sorprendía con un algoritmo capaz de predecir posibles escenarios de un crimen mediante el rastreo de las señales GPS y otros datos provenientes de los teléfonos móviles. Su algoritmo era capaz de detectar patrones y predecir los movimientos de un grupo de 25 voluntarios mediante rastreo GPS y análisis de los datos relativos a qué contactos tiene, las llamadas o mensajes que envía, y todo con una precisión de 20 metros cuadrados.
Sin duda una investigación fascinante que podría dar lugar a múltiples aplicaciones de seguridad y sería una estupenda herramienta para la policía. Recientemente hemos conocido otra aún más potente, nacida también de la investigación científica.
Se trata del estudio realizado en la Universidad de Trento por Andrey Bogomolov en el que mediante la recopilación de datos de los usuarios de telefonía móvil, de sus movimientos y contactos, mezclados con datos estadísticos sobre edad, género, clase social, etc. es capaz de predecir cuándo una zona de Londres va a ser problemática, con una precisión del 70%.
El estudio de Bogomolov resulta ideal para poder prever cuándo será necesario reforzar la seguridad de un barrio, una calle, para conocer con anterioridad cuántos efectivos policiales hay que desplazar a un distrito, etc. Y todo ello gracias a la colaboración voluntaria (y no tan voluntaria) de los ciudadanos.
Este tipo de estudios que tratan de anticipar el futuro del crimen a través de nuestros hábitos tecnológicos me recuerdan a películas de ciencia ficción como "Minority Report", o más recientemente a la serie "Person of interest", que parecía estaban a años luz de la realidad pero que como vemos están más cerca de lo que imaginamos.
En todas ellas, el sistema de predicción, inicialmente creado para mejorar la seguridad de la sociedad finalmente se corrompe y su uso deriva en la búsqueda del control de la ciudadanía.
Un aparato de seguimiento en cada bolsillo
Pero es que somos nosotros los que lo estamos haciendo posible gracias a que llevamos permanentemente en el bolsillo potentes herramientas generadoras de información que facilitan el seguimiento de nuestros hábitos, costumbres, gustos, relaciones y, en definitiva, de nuestra vida en sociedad.
Generosa o inconscientemente damos a diario decenas o cientos de datos personales. Damos nuestra posición, con quién hablamos o nos enviamos mensajes, marcamos "Me gusta" en las redes sociales o etiquetamos un lugar en el que acabamos de estar, poniéndolo a disposición del planeta. Pero lo curioso es que luego nos sorprendemos si se crean este tipo de sistemas de vigilancia, e incluso nos enfadamos y esgrimimos frases como: ¡Con mis datos no!
Parece un contrasentido, pero más bien es falta de conocimiento de las implicaciones de usar ordenadores de bolsillo (sí, el smartphone moderno es mucho más potente que un ordenador de bolsillo) permanentemente conectados a Internet. Y sobre todo por una población cada vez más joven con acceso a esta tecnología que no ha vivido los primeros años del despegue de la informática y los riesgos de su deriva hacia la conectividad permanente.
Volviendo a la pregunta del principio: ¿cederíamos parte de la privacidad de nuestro móvil para luchar contra el crimen? Quizá pueda parecer por lo relatado en estas líneas que estoy en contra. Ni mucho menos. De hecho, sólo por el hecho de vivir en sociedad ya hemos renunciado a muchos privilegios individuales. El principal problema deriva del uso que se haga de esa privacidad, durante cuánto tiempo y para qué fin.
Además, tenemos el problema de que, una vez cedidos nuestros datos, no podemos estar seguros de que no se utilicen en el futuro contra nosotros. No sabemos si podrán ser manipulados o incluso vendidos a terceras empresas, organizaciones o individuos. Nos asegurarán que esto no podrá suceder, que existen mecanismos de seguridad, etc. pero todos sabemos que la posibilidad existe.
Entonces, ¿qué tengo que hacer, no usar el móvil, desconectar sus funciones? No creo que haya que llegar a ese extremo. Basta con ser conscientes de la situación y no ceder alegremente nuestros datos personales o, si lo hacemos, saber las posibles implicaciones.
Más información | Universidad de Cornell
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