Hace ya mucho, mucho tiempo, tanto que casi parece una historia de las que se cuentan de abuelos a nietos, para hablar con una persona a distancia tenías que llamarla a su casa. Ya fuese para hablar con quien te gustaba y tenías que arriesgarte a que contestase alguien de su familia, o para hablar con alguna amistad, lo que se usaba era el teléfono fijo. Y el teléfono fijo estaba en la casa y era el mismo para todos los miembros de la familia.
Pero los teléfonos móviles cambiaron eso y comenzamos a llevar nuestro propio número de teléfono en el bolsillo, y los teléfonos se fueron haciendo más y más listos y con ello se ampliaron las notificaciones. Ya no sólo sonaban las llamadas y los mensajes, ahora también los correos electrónicos, los Whatsapps, los tweets y los 'ligoteos' en Tinder. Y cuando ya todo se hizo insoportable, el que escribe este texto decidió silenciarlo todo. Y desde entonces vive mucho más feliz.
Se vive mejor cuando tu propio móvil no te provoca estrés
Reconozco que mi vida digital es especialmente activa porque cuando no estoy recibiendo correos electrónicos, ya sea personales o en la cuenta del trabajo (os maldigo, notas de prensa), lo que recibo son notificaciones de redes sociales o de las distintas apps de mensajería que tengo activas de forma permanente. ¿Debería reducir el número de apps de mensajería? Probablemente, pero es algo que nunca he hecho y aquí sigo. Y este año y pico de pandemia, que no ha ayudado demasiado al estrés general (mío y de muchísimos más) me ha hecho replanteármelo más de una vez.
Así pues, en mi caso particular (y quizá en el de muchos de vosotros) las notificaciones en el móvil son abundantes y han ido aumentando con el paso de los años. Ya casi no tengo recuerdos (como diría Gandalf) de aquel Nokia N81 que se convirtió en mi primer teléfono móvil con acceso a Internet y en el que me llegaba alguna notificación de vez en cuando. Mucho ha pasado desde entonces, y la situación se ha hecho inmanejable.
Así que llegó un momento en el que opté por empezar a silenciar determinadas notificaciones. Empecé por las redes sociales. Las notificaciones en Twitter, Facebook y Google+ (¿os acordáis de Google+?) pasaron a ser silenciosas. Nada en redes sociales es tan urgente como para no poder esperar a que me conecte yo, de forma proactiva, a consultarlas. Y claro, con el tiempo ocurrió lo mismo con Instagram, TikTok, Letterboxd y compañía. Mis redes ya no me avisan. Pero ya no hablo de sonido, es que tampoco tengo notificaciones en la parte superior del móvil. Las consulto yo, no me avisan ellas.
El siguiente paso lógico era el de silenciar los grupos en las apps de mensajería. Cuando en tu grupo de amigos, familiares, compañeros de trabajo o padres del colegio (no es mi caso, por suerte) hay muchas personas, el número de notificaciones se vuelve ingobernable. Así que silencié todos los grupos que tenía entonces y los he ido silenciando por defecto hasta ahora. La mayoría están repartidos entre WhatsApp y Telegram, todo hay que decirlo. Todos silenciados.
Con los grupos ya mudos, silencié los correos electrónicos aunque éstos sí mantienen aún sus avisos en la barra de notificaciones del móvil. De nuevo, nada es lo suficientemente urgente para tener que responder a los 5 segundos, y se da el caso de que, por mi trabajo, en mi jornada laboral estoy delante de un ordenador. Y en ese ordenador tengo la app correspondiente para el correo (en mi caso, Spark) por lo que los correos de trabajo los leo durante el trabajo. Y una vez me despego del portátil, todos los mails pasan a un segundo plano.
Silenciado todo lo que ya os he contado, aún quedaban notificaciones sonando en el teléfono móvil así que finalmente, hará tres o cuatro años, tomé la determinación de que eso se acababa. La solución fue la de combinar un reloj inteligente (ahora un Huawei Watch GT 2e, pero antes era una Xiaomi Mi Band 2) con el modo no molestar del teléfono móvil. Listo. El reloj ya sólo vibra con chats individuales en WhatsApp y Telegram, y con las llamadas de teléfono.
No miento si digo que no sé qué sonidos tiene mi móvil. No sé cómo suena el tono de llamada, no sé cómo suenan las notificaciones. Hace mucho tiempo sabía distinguir un Samsung de un Nokia o de un Motorola o de un iPhone por el tono de llamada o las notificaciones. Hoy me cuesta mucho trabajo hacerlo porque hace años que mis móviles no suenan. No sólo los míos personales, tampoco los móviles que analizo por trabajo y que silencio durante la configuración. Las notificaciones llegan a la muñeca (pocas) o no llegan (la gran mayoría).
Pero aún he hecho algo más, y es programar el modo no molestar en mi reloj. En el momento en que dan las 10 de la noche, el reloj pasa a estar totalmente silenciado para todo lo que no sean llamadas. Siempre puede haber una urgencia de noche en la que un familiar me tenga que localizar, así que no me quiero arriesgar tanto. Pero las notificaciones en mi reloj no existen entre las 10 de la noche y las 8 de la mañana del día siguiente. ¿Y sabéis qué? Se vive muchísimo mejor una vez te libras de todas esas interrupciones en tu día a día.
Te das cuenta de que no hay nada urgente y de que esa sensación FOMO de tener que consultarlo todo en todo momento acaba pasando. Ahora cuando veo una película, la veo, y si quiero consultar una red social en ese momento es porque quiero. Se vive mejor cuando tu teléfono móvil no está todo el rato dándote golpecitos en el hombro para que lo consultes. La vida digital es eso, digital, y lo que importa de verdad es lo que tienes a tu alrededor. Así es como yo gestiono las notificaciones. Y cuando quedes para comer con un amigo, el móvil al bolsillo. Hazme caso o no, pero se vive más tranquilo.
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