Leyendo el informe de Ericsson titulado "The 10 hottest consumer trends for 2016 and beyond" me encuentro con el dato sorprendente de que la mitad de los usuarios de teléfonos inteligentes piensa que ya no serán necesarios dentro de 5 años para la mayoría de funcionalidades que requieran de inteligencia artificial en los objetos conectados.
La interacción con los objetos de la Internet de las cosas se irá acentuando en los próximos años y pronto el móvil dejará de ser un elemento imprescindible para comunicarnos y relacionarnos con los elementos del hogar inteligente. ¿Ha comenzado a fraguarse el comienzo de la era post-smartphone?
En principio puede parecer extraño hablar de una era post-smartpohne cuando nos encontramos inmersos en la vorágine de su expansión, con un terminal inteligente (o casi) en las manos de cada habitante del planeta y una nueva generación de usuarios menores de 20 años que ha nacido con el móvil bajo el brazo y lo consideran casi una extensión de sí mismos.
Una interfaz con nuestro mundo digital
Sin embargo, el informe de Ericsson, elaborado con múltiples estudios y con la opinión de miles de usuarios, muestra una realidad que irremediablemente llevará al terminal inteligente hacia su extinción como dispositivo dominante del mundo conectado: el smartphone es, básicamente, una interfaz del usuario con su mundo digital.
Tiene multitud de funciones y aplicaciones, sí, pero tras ellas nos encontramos principalmente con una interfaz más o menos compleja que de forma íntima y personal nos permite acceder a la Red para consultar información y para comunicarnos con nuestras entidades sociales favoritas. Y como tal puede ser sustituida por otras que en poco tiempo nos resultarán más cómodas, sencillas y eficientes.
La industria ya se ha dado cuenta de ello y de ahí el interés en desarrollar nuevos elementos de interacción con el usuario que poco a poco irán sentando las bases para el declive del smartphone. No hay más que echar un vistazo a las novedades que llegarán en los próximos meses relacionadas con los relojes inteligentes, las gafas o sistemas de realidad virtual y/o aumentada para darnos cuenta de que algo se está cociendo a fuego lento en los calderos de los fabricantes y que pronto nos lo servirán en bandeja para nuestro deleite, asombro y consumo personal.
Proyectos como Aura, HoloLens, los monóculos de Google, las interfaces virtuales holográficas o la nueva generación de relojes inteligentes que poco a poco gana terreno son solo el principio de los sistemas de interacción hombre-máquina que veremos despegar en el próximo lustro. Más tarde llegarán los dispositivos que comprenderán nuestras órdenes y conversaciones en lenguaje natural (algunos optimistas apuntan a solo 5 años) y los implantes tecno-biológicos que nos permitirán utilizar la tecnología de forma aún más personal y directa sin necesidad de tanto intermediario externo.
En el punto de inflexión
¿Estamos por tanto ante el comienzo del fin de la era smartphone? Pues si y no. El teléfono inteligente va a ir perdiendo fuerza, poco a poco, como único elemento desde el que controlar la Internet de las cosas. Estos objetos serán cada vez más inteligentes e integrarán fragmentos de una IA con la que podremos interactuar directamente sin necesidad del móvil, a diferencia de lo que estamos acostumbrados hoy en día.
Pero el smartphone no será desbancado por completo en el medio plazo (quizá tampoco en el largo), como tampoco lo ha sido el ordenador personal en la denominada era post-PC. Es cierto que otros dispositivos le ganarán terreno y que lo utilizaremos menos que ahora para ciertas funcionalidades, pero seguirá estando ahí, dando guerra, por lo menos en la próxima década.
No obstante, esta era tecnológica en la que nos ha tocado vivir nos lleva hacia un ritmo de creación cada vez más acelerado en el que le da a uno la impresión de estar justo ante horizonte de sucesos de una importante revolución que cambiará nuestra forma de relacionarnos con las máquinas para siempre y que nos impide realizar predicciones a largo plazo sin temor a equivocarnos. Una especie de punto de inflexión, de singularidad en la que todo cambiará (esperemos que para bien) y cuyas consecuencias son difíciles de predecir, como ya sucedió en los años 90 cuando los primeros móviles llegaban a nuestras manos.
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