Quitar las notificaciones en todos mis teléfonos ha mejorado de manera notable el uso que hago de ellos: no me molestan de manera innecesaria, consigo reprimir las ganas de mirar constantemente la pantalla y me permite centrarme en lo que estoy haciendo. Siempre recomiendo desconectarlas, incluso de aplicaciones para las que parecen ser vitales, como WhatsApp. Es un antes y un después.
El móvil siempre llamó nuestra atención cuando entraban nuevas comunicaciones, tanto en forma de llamada como de mensaje de texto. El «Ring, ring» dio paso a los politonos y a la vibración en modo silencio, pero lo básico se mantuvo: si hay novedades en el teléfono éste debe intentar que las miremos. Pero ¿y si no son verdaderamente importantes? Es lo que terminó ocurriendo con todas y cada una de las apps que instalamos.
¿Activar las notificaciones para cada una de las apps de mi móvil? Ni de broma
Lo que en un principio empezaron siendo notificaciones vitales cuando entraban comunicaciones, terminó degenerando en una suerte de avisos cada vez que una app quiere llamar nuestra atención. Porque no falla: ya podemos instalar un juego como una simple aplicación de linterna, en el arranque va a solicitar permiso para enviar notificaciones.
La frase anterior es la que me he marcado a fuego en la memoria, la que repito mentalmente cada una de las diez veces que configuro un móvil nuevo al mes, es el mantra con el que me haría una camiseta. De hecho, puede que alguna vez lo haga: esa actitud ha contribuido a que mi relación con el smartphone sea mucho más sana.
Te propongo un reto. Deja el móvil en la mesa y fíjate en todas las notificaciones que le llegan durante una hora. No las mires ni las contestes. Pasado ese tiempo, analiza la importancia real que tiene cada notificación para ti. ¿Te transmitió una información valiosa para tu día a día? ¿Era algo tan urgente como para interrumpir tu tiempo? ¿Pasó algo por leer la notificación una hora después de recibirla? Apuesto a que la respuesta será un no mayoritario.
Nos hemos vuelto esclavos de las notificaciones. Y tiene sentido, porque contribuyen al sistema de recompensas de nuestro cerebro. Cada notificación genera una expectativa, libera dopamina en nuestro sistema nervioso, nos crea cierta dependencia (hablar de adicción sería exagerado). Y los desarrolladores se aprovechan para que pasemos el mayor tiempo posible en sus aplicaciones; tiempo que, a su vez, genera dinero en forma de datos de uso, interacciones y compras.
Desde que quité las notificaciones del móvil vivo mucho mas tranquilo
No soy una persona que acuse el estrés, aunque sí que puedo sufrir ciertas dosis de nerviosismo cuando hay una situación pendiente que necesito resolver. Y escuchar la vibración constante del teléfono, desbloquear la pantalla y ver los globos en rojo de los iconos o estar usando el móvil y que no paren de saltar avisos, me estresa. Y mucho. También me cabrea, sobre todo cuando toda esa urgencia es infundada.
Yo lo tengo claro: lo primero que hago cuando configuro un móvil es ponerlo en no molestar. Todos mis grupos están silenciados, no suelo contestar los mensajes hasta que no abro aposta la aplicación, las bandejas de correo electrónico también están silenciadas (los mails de trabajo llegan al ordenador y cuando estoy trabajando) y sólo tengo un puñado de contactos importantes que son los que pueden saltarse las restricciones.
Y vivo mucho más tranquilo.
Imagen de portada | Midjourney editada
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