Si hay un sector que está en plena explosión en estos momentos es el de los wearables, los dispositivos conectados que llevamos con nosotros a todas partes y ahí las pulseras cuantificadoras y los relojes inteligentes llevan la delantera frente al resto. Por eso los fabricantes concentran sus esfuerzos de desarrollo en ellos y cada vez son más y más avanzadas las mejoras incorporadas.
Una de las últimas características que empieza poco a poco a convertirse en tendencia es la de los pulsioxímetros. O dicho de otra manera, los sensores encargados de medir la saturación de oxígeno en nuestra sangre. Lo hacen desde el exterior, sin necesidad de extraer una sola gota de nuestra sangre, pues con pequeñas diferencias, mínimas, funcionan como los medidores de oxígeno tradicionales. La diferencia es que éstos los llevamos fijos en la muñeca.
La medición de oxígeno no intrusiva
Como hemos dicho, los sensores de medir la saturación de oxígeno en sangre que montan algunas pulseras cuantificadoras o relojes inteligentes (como el reciente Apple Watch series 6 o el Huawei Watch GT 2e, entre otros) son muy similares a los empleados en los pulsioxímetros tradicionales y, por tanto, funcionan de una forma muy parecida.
Debido a que se trata de medidores no intrusivos, la medición aquí se basa en la radiación de la luz infrarroja. Los dispositivos cuentan con diodos LED capaces de emitir luz roja e infrarroja en unas frecuencias muy concretas y proyectan dicha luz contra nuestra piel. Concretamente, hablamos de un LED que emite luz en una longitud de onda de 660 nanómetros y otro LED que mite luz en 940 nanómetros.
Un porcentaje "saludable" de oxígeno en sangre oscila entre un 95% y un 100%
Dicha luz impacta contra la piel, devolviendo así una imagen muy concreta que otros sensores analizan. Los pulsioxímetros tradicionales proyectan dichas luces contra la punta de un dedo y las pulseras contra la muñeca, pero todas buscan el torrente sanguíneo. Así, la sangre oxigenada absorbe una frecuencia de luz (la de 940 nanómetros) mientras que la sangre desoxigenada absorbe la otra frecuencia, la de 660 nanómetros.
Una vez se ha proyectado la luz, el sensor o fotodiodo encargado de analizar la luz rebotada, y por tanto no absorbida, es el que determina, siempre de forma estimada, qué porcentaje de oxígeno transmite nuestra sangre en función de la luz captada (la no absorbida). Se trata de una prueba lenta que suele llevar algunos segundos. De hecho, los relojes y pulseras con pulsioxímetros recomiendan permanecer quietos durante varios segundos (hasta 15) para que así no variemos el pulso, y por tanto los niveles de oxígeno, durante la prueba.
Ocurre que algunos relojes y pulseras ya cuentan con estos pulsioxímetros incorporados, sólo que los están empleando para otros menesteres. Por ejemplo, para medir el pulso y, con él, la calidad de nuestro sueño o nuestros niveles de estrés. Si nos fijamos en la trasera de estos dispositivos veremos que tienen LEDs que emiten una serie de haces de luz (frecuentemente verdes). Dichos haces pueden ser alterados para emitir en la frecuencia deseada y, por tanto, hacer de pulsioximetros. De ahí que algunos puedan activarse con una simple actualización de software.
Sea como fuere, las mediciones de oxígeno en sangre obtenidas por estos métodos no ofrecen cifras completamente fiables. Hablamos en todo caso de estimaciones y el propio Oxford, a través de su Centro de Medicina Basado en la Evidencia, o CEBM, explica que si queremos una medición fiable de nuestra saturación de oxígeno en sangre no debemos recurrir a un teléfono, un reloj o una pulsera.