Hoy en día, el celo en torno a la privacidad de nuestros datos personales va en aumento semana tras semana. Escándalos como el acontecido con Cambridge Analytica, que incorporó a millones de usuarios de Facebook a la conversación, han hecho que se incremente nuestro nivel de alerta sobre el asunto. Pero hubo un momento de nuestra historia en que esto no era así. Una época pasada. Una época de papel.
Hablamos, cómo no, de las Páginas Amarillas y las Páginas Blancas. Algo que quizá los más nuevos en este mundo no recuerden, o quizá nacieran cuando ya casi se habían extinguido. Hablamos de dos libros. De dos librazos con miles de páginas cada uno en los que estaban todos nuestros números de teléfono junto a nuestros nombres. Pero no sólo eso. También estaba nuestra dirección. A más de un comisario europeo de privacidad le volaría la cabeza con este concepto. Todo era público.
Las empresas pagaban, los abonados aparecían sin más
Aunque su invención había sucedido casi 80 años antes, las páginas amarillas no llegarían a España hasta la década de los 60. Concretamente, en 1967. Fueron introducidas por Telefónica y en su momento de máxima popularidad llegaron a pesar casi 2 kilos. Nada mal si tenemos en cuenta que sus páginas tenían un gramaje muy bajo. Cada página pesaba muy poco pero había muchas. Muchísimas.
Las páginas amarillas eran amarillas por una razón muy concreta y muy poco planeada. Cuando se imprimían en sus orígenes, el responsable de la imprenta se quedó sin papel blanco disponible (más caro y lento de producir y escaso, por los tratamientos de blanqueamiento) y echó mano de hojas de papel amarillo, más baratas. El modelo triunfó y desde entonces se convirtió en la norma.
En sus primeras ediciones, en las Páginas Amarillas sólo era posible encontrar empresas y negocios. El gran libro de los teléfonos era una suerte de directorio de empresas, desde bares a oficinas de multinacionales, que los usuarios empleaban para poder contactar con ellas. El Internet que hoy conocemos no estaba ni en la mente de sus creadores, a los sitios se iba preguntando por la dirección y las señas, a los negocios se llamaba buscando antes el número en las Páginas Amarillas.
Pero esto cambió cuando las Páginas Amarillas decidieron continuar creciendo y se desdoblaron. ¿Cómo? Con la creación de las Páginas Blancas. Esto supuso que ahora teníamos un directorio para empresas, plagado de anuncios que los comercios abonaban para aparecer mejor posicionados y más visibles y que patrocinaban su impresión y distribución, y un director de particulares. Y en dichas Páginas Blancas aparecía cada nombre de cada abonado a un servicio de telefonía fija junto a su dirección y su número de teléfono.
Amarillo para empresas, blanco para particulares
Las Páginas Blancas eran, por tanto, el directorio telefónico de todo un país. No sólo de España, naturalmente, pues estaban presentes en todos los territorios en los que también había Páginas Amarillas. Una guía complementaba a la otra y la privacidad brillaba por su ausencia. Podías abrir una página al azar, poner el dedo sobre cualquier posición y llamar a un número de teléfono cualquiera y preguntar por alguien cuyo nombre estaba ahí. De acuerdo, sólo era su inicial y su apellido, pero igualmente funcionaba.
A lo largo de su extensa vida, las Páginas Amarillas y las Páginas Blancas sufrieron varios cambios de diseño, como el experimentado en 1995 con el cambio de la entonces Cetesa a 'Telefónica Publicidad e Información'. Con la llegada de Internet, las impresiones fueron reduciéndose y el público fue bajando, hasta que en 2010 ambas guías se llegaron a publicar en un único volumen. Uno al que había que darle la vuelta para acceder a uno u otro directorio. El empresarial por un lado, el personal por otro.
Las páginas blancas, de hecho, fueron las primeras en dejar de imprimirse. Fue en el año 2012 aunque el directorio de empresas continuaría 9 años más, hasta el año 2021 en el que se certificó su "muerte impresa". Las páginas amarillas entonces ya llevaban tiempo en un formato online. Eran una web con un buscador bastante preciso que permitía localizar cualquier empresa desde cualquier sitio. Sólo bastaba con una conexión activa a Internet.
Hoy en día aún nos llevamos las manos a la cabeza recordando aquella época en la que cualquiera podía conocer nuestro número de teléfono y dirección con sólo buscarnos en una guía que tenía nuestros datos impresos por orden alfabético. Hoy luchamos contra las cookies, recurrimos a diferentes sistemas de autenticación de dos pasos y configuramos exhaustivamente las opciones de privacidad de cualquier aplicación. Hace tan sólo 10 años, nuestros datos estaban en un libro de papel. El mundo ha cambiado. Creemos que para mejor, pero es cuestión de opiniones.-
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